QUERIDO AMIGO

Querido amigo:

cuando recibas esta carta estaré sentado en mi pequeño planeta. Mi hermosa rosa se estirará desde su parterre y esbozará una sonrisa tan solo como ella es capaz de hacerlo, ¡qué hermosa es!

Sigo deshollinando mis volcanes, no sea que algún día entren en erupción y sigo manteniendo a raya a mis baobabs. La vida en el Asteroide B612 sigue siendo apacible y tranquila.

Hace mucho tiempo que dejé tu hermoso planeta y echo de menos sus puestas de sol, sus amaneceres, el sabor de la comida recién cocinada y la frescura del agua cuando tengo sed. Y sobre todo echo de menos a aquel zorro que supo domesticarme y a vosotros, los humanos, que sois capaces de realizar tan hermosas y a la vez tan oscuras cosas.

Mi carta es para invitaros a un viaje especial. Me gustaría que fuerais capaces de conocerme y a la vez de conoceros. Es por eso que os invito a adentraros en mi mundo. Un mundo pequeño, hecho a mi medida. Os invito a leer y os invito a comunicaros conmigo. Recibiréis mis cartas a medida que leáis el libro, a las que espero contestación.

Disfrutad de la lectura, como yo disfruto de mis numerosas puestas de sol.

Un saludo.

El Principito.

martes

¿DE QUÉ PLANETA ERES? ¿PARA QUÉ QUIERES UN CORDERO?

No fue tarea fácil comprender de dónde venía. El principito me acosaba a preguntas y no parecía preocuparse demasiado por las mías. Muy lentamente y a través de algunas palabras emitidas al azar, es como pude poco a poco enterarme de todo. Al ver por primera vez mi avión (al que no dibujaré por ser algo complicado para mí), me preguntó:
-¿Qué es esta cosa?
-No se trata de una cosa. Vuela. Se llama avión. Es mi avión.
Sentí orgullo al hacerle saber que volaba. Entonces exclamó:
-Entonces ¿has caído del cielo?
-Sí-dije humildemente.
-¡Ah! ¡Qué gracioso!...
El principito soltó una magnífica carcajada que me irritó mucho. Deseo que se tomen en serio mis desgracias.
Inmediatamente agregó:
-Entonces, ¡tú también vienes del cielo! ¿De qué planeta eres?
Entreví rápidamente una luz en el misterio de su presencia  y pregunté bruscamente:
-¿Vienes, pues de otro planeta?
Pero no me respondió. Meneaba la cabeza muy suavemente  mientras miraba mi avión:
-En esto..., no puedes haber venido de muy lejos...
Y se hundió en un ensueño que duró largo tiempo. Luego, sacó el cordero del bolsillo contemplándolo ensimismado.
Imaginaos cuánto pudo haberme intrigado esta semiconfidencia acerca de los "otros planetas". Me esforcé por saber algo más:
-¿De dónde vienes, hombrecito? ¿Dónde queda tu casa? ¿Adónde quieres llevar mi cordero?-pregunté al hombrecito.
Después de meditar en silencio, respondió:
-Me gusta la caja que me has regalado porque de noche le servirá de casa.
-Seguramente. Y si eres amable también te daré una cuerda para atarlo durante el día. Y una estaca.
La proposición pareció disgustar al principito:
-¿Atarlo? ¡Qué idea  tan rara!
-Pero si no lo atas se irá a cualquier parte y se perderá...
Mi amigo tuvo un nuevo estallido de risa:
- Pero, ¿adónde quieres que vaya?
-A cualquier lugar. Derecho, siempre adelante...
Entonces el principito observó gravemente:
-¡No importa! ¡Mi casa es tan pequeña!
Y con un poco de melancolía,quizá, agregó:
-Derecho, siempre adelante de uno, no se puede ir muy lejos...
Supe así una segunda cosa muy importante. ¡Su planeta de origen era apenas más grande que una casa!
Tenía conocimiento, que fuera de los grandes planetas conocidos como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus,  que tienen nombre, hay centenares de planetas, a veces tan pequeños que apenas pueden ser vistos a través de un telescopio.
Cuando un astrónomo descubre alguno, lo identifica con un número por nombre. Lo llama, por ejemplo: "asteroide 3251".
Tengo serias razones para creer que el planeta de donde venía el principito es el asteroide B 612. Sólo ha sido visto una vez con el telescopio, en el año 1909, por un astrónomo de origen turco.
El astrónomo hizo, entonces, una gran demostración de su descubrimiento en un Congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó por culpa de su vestido. Las personas mayores son así.
Felizmente para la reputación del asteroide B612, un dictador turco obligó al pueblo, bajo  pena de muerte, a vestirse a la europea. El astrónomo repitió una demostración en 1920, con un traje muy elegante. Y esta vez, todo el mundo compartió su opinión.
Si os referido estos detalles  acerca del asteroide B 612  y si os he confiado su número es por las persona mayores. Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de  un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial: "¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?" En cambio  os preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?". Sólo así creen conocerle.
Si decís a las personas mayores: "He visto una magnífica casa construida con ladrillos rojos, geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no podrán imaginarse la casa. Es necesario decirles: "He visto una casa de cien mil francos."  Entonces exclaman: "¡Qué hermosa es!"
Si les decís: "La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de su existencia", se encogerán de hombros y os tratarán como se trata a un niño. En cambio si les dices: "El planeta de donde venía es el asteroide B 612", quedarán convencidos y no formularán más preguntas sobre esta cuestión. Son así, no hay que reprocharles. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.
Pero, claro está, nosotros que comprendemos la vida, nos burlamos de los números. Hubiera deseado comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Hubiera  deseado decir:
"Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía la necesidad de un amigo..." Para quienes comprenden la vida les habría parecido mucho más cierto.
Pero no me gusta que se lea mi libro a la ligera. ¡Me apena relatar estos recuerdos!. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido esta oportunidad. Y puedo transformarme como las mayores que no se interesan más que en las cifras. Por eso he comprado una caja de lápices de colores. Es penoso tomar  nuevamente el dibujo,  a mi edad, cuando no se ha hecho más tentativas que la de la boa cerrada y la de la boa abierta,  a la edad de seis años. Trataré, por cierto, de hacer los retratos lo más parecidos posible. Pero no estoy enteramente seguro de tener éxito. Un dibujo va, y el otro se parece más. Me equivoco también  en la talla. Aquí el Principito es demasiado alto. Allí es demasiado pequeño. Vacilo, también acerca del color de su vestido. Entonces ensayo de una manera u otra, bien que mal. He de equivocarme, en fin, sobre ciertos detalles más importantes. Pero habrá de perdonárseme. Mi amigo jamás daba explicaciones. Quizá no me creía semejante a él. Pero yo, desgraciadamente, no sé ver corderos a través de las cajas. Soy quizá un poco como las personas mayores. Debo haber envejecido.



Cada día sabía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida, sobre el viaje. Al  tercer día me enteré del drama de los baobabs.
Fue gracias al cordero, pues el principito me preguntó inquieto, como asaltado por una gran duda:
-¿Es verdad, no es cierto, que los corderos comen arbustos?
-Sí. Es verdad.
-¡Ah! ¡Qué alegría me da saberlo!
No comprendí por qué era tan importante que los corderos comiesen arbustos. Pero el Principito agregó:
-¿De manera que comen también baobabs?
Recordé al principito que los baobabs no son simples arbustos, sino grandes árboles y que aún llevando consigo una tropilla de elefantes, no acabarían con un sólo baobab.
La imagen de tropa de elefantes, hizo mucha gracia al principito:
-Habría que ponerlos unos sobre otros...
Luego observó sabiamente:
-Los baobabs, antes de crecer, comienzan siendo pequeños.
-¡Es cierto! Pero ¿por qué quieres  que tus corderos coman baobabs pequeños?
Me contestó: "¡Bueno! ¡Vamos!", como si ahí estuviese la prueba. Y necesité un gran esfuerzo   de inteligencia para comprender por mí mismo el problema.
En efecto,  en el planeta del principito, existían hierbas buenas y de las malas que resultaban naturalmente de semillas buenas y de malas semillas. Ocurre que las semillas son invisibles y duermen en el secreto de la tierra hasta el instante en que a una de ellas se le ocurre despertarse. Lentamente comienza a estirarse creciendo tímidamente hacia el sol. Si se trata de una planta mala, se la debe arrancar inmediatamente, en cuanto se la reconoce como tal.
Precisamente en el planeta del principito, había semillas terribles. Eran las de los famosos baobabs. Podría decirse que el suelo estaba infestado. Si un baobab no es arrancado a tiempo, ya no es posible luego. Invade y perfora con sus raíces todo el planeta, pudiendo así producirse un estallido.
"Es cuestión de disciplina", decía el Principito. "Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, debe proceder cuidadosamente a la limpieza y orden del planeta. Hay que arrancar con regularidad a los baobabs en cuanto se los distingue entre los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. El trabajo es fácil, pero muy aburrido".
Me aconsejó un día, que me aplicara a lograr un hermoso dibujo, para que entrara bien en las cabezas de los niños de mi tierra. "Si algún día viajan- me decía- podrá serles útil. A veces no hay inconveniente en dejar el trabajo para más tarde. Pero, si se trata de los baobabs, es siempre una catástrofe. Conocí un planeta habitado por un perezoso. Descuidó tres arbustos..."
Dibujé aquél planeta según las indicaciones del principito.
Me desagrada ser moralista; pero verdaderamente el peligro de los baobabs es poco conocido y los riesgos por quien pudiera llegar a extraviarse en algún asteroide son tan importantes, que, en una excepción que me permito, salgo de mi reserva y os digo: "¡Niños, cuidado con los baobabs!"
Trabajé largo rato sobre el dibujo, a fin de prevenir a mis amigos de semejante peligro. Quizá os preguntéis: "¿Por qué no hay en este libro, otros dibujos tan grandiosos como el de los baobabs?" La respuesta es que intenté hacerlos pero sin éxito. En cambio con los baobabs, lo que me impulsó fue sencillamente la urgencia.




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