QUERIDO AMIGO

Querido amigo:

cuando recibas esta carta estaré sentado en mi pequeño planeta. Mi hermosa rosa se estirará desde su parterre y esbozará una sonrisa tan solo como ella es capaz de hacerlo, ¡qué hermosa es!

Sigo deshollinando mis volcanes, no sea que algún día entren en erupción y sigo manteniendo a raya a mis baobabs. La vida en el Asteroide B612 sigue siendo apacible y tranquila.

Hace mucho tiempo que dejé tu hermoso planeta y echo de menos sus puestas de sol, sus amaneceres, el sabor de la comida recién cocinada y la frescura del agua cuando tengo sed. Y sobre todo echo de menos a aquel zorro que supo domesticarme y a vosotros, los humanos, que sois capaces de realizar tan hermosas y a la vez tan oscuras cosas.

Mi carta es para invitaros a un viaje especial. Me gustaría que fuerais capaces de conocerme y a la vez de conoceros. Es por eso que os invito a adentraros en mi mundo. Un mundo pequeño, hecho a mi medida. Os invito a leer y os invito a comunicaros conmigo. Recibiréis mis cartas a medida que leáis el libro, a las que espero contestación.

Disfrutad de la lectura, como yo disfruto de mis numerosas puestas de sol.

Un saludo.

El Principito.

jueves

¿TENGO QUE ESPERAR A QUE EL SOL SE PONGA? ¿PARA QUÉ SIRVEN LAS ESPINAS?

¡Ah, principito! Así poco a poco, comprendí tu pequeña vida melancólica. Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Me enteré  de este nuevo detalle, en la mañana del cuarto día, cuando me dijiste:
-Me encantan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol...
-Pero tenemos que esperar...
-¿Esperar qué?
-Esperar a que el sol se ponga.
Al principio pareciste sorprendido; luego te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
-¡Me creo siempre en mi casa!
En efecto. Todo el mundo sabe que cuando es mediodía en los Estados Unidos, el sol se pone en Francia. Bastaría llegar a Francia en un minuto para ver la puesta de sol. Desgraciadamente, Francia está demasiado lejos. Pero sobre tu pequeño planeta te bastaba con mover tu silla algunos pasos. Y contemplabas el crepúsculo cada vez que lo querías.
-Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces.
Y poco después agregaste:
-¿Sabes?... Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol...
-¿Estabas, pues verdaderamente triste el día de las cuarenta y tres veces?
El principito no respondió.


Durante el quinto día, siempre gracias al cordero, me fue revelado otro secreto de la vida de mi amigo. Me preguntó bruscamente y sin preámbulos:
-Si un cordero come arbustos, ¿come también flores?
-Un cordero come todo lo que encuentra.
-¿Hasta las flores que tienen espinas?
-Sí. También las que tienen espinas.
-Entonces, las espinas, ¿para qué sirven?
Yo no lo sabía. Estaba además muy ocupado intentando destornillar una pieza de mi motor demasiado ajustada. Estaba preocupado por el estado de mi avión y el agua de beber que se agotaba me hacía temer lo peor.
-Las espinas, ¿para qué sirven?
El principito jamás  renunciaba a una pregunta, una vez que la había formulado. Yo estaba irritado por mi bulón y respondí cualquier cosa:
-Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las flores.
-¡Oh!
Después de un silencio me largó,  con cierto rencor:
-¡No lo creo! Las flores son ingenuas y débiles. No tienen maldad y se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas.
Nada respondí. Me decía para mí: "Si esta pieza aún resiste, la haré saltar de un martillazo". Interrumpiendo nuevamente mis reflexiones, el Principito dijo:
-¿Y tú, tú crees que las flores...?
-¡Pero no! ¡Yo no creo nada! -Le respondí cualquier cosa. -¡Yo me ocupo de cosas serias!
Asombradísimo me observaba el principito.
-¡Cosas serias, eh! ¡Hablas como las personas mayores!
Me miró estupefacto.
Me avergonzó un poco. Pero, despiadado, agregó:
-¡Confundes todo! ¡Mezclas todo!
Estaba verdaderamente irritado. Sacudía al viento sus cabellos dorados.
-Conozco un planeta donde habita un Señor carmesí. Jamás ha aspirado una flor. Jamás ha mirado una estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más  que sumas y restas. Y todo el día repite como tú: "¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!" Se infla de orgullo. Pero no es un hombre; ¡Es un champiñón!
-¿Un qué?
-¡Un champiñón!
El principito estaba ahora pálido de cólera.
- Hace millones de años que las flores fabrican espinas.Hace millones de años que los corderos se comen igualmente a las flores. ¿Y no es serio intentar comprender por qué las flores se esfuerzan en fabricar  espinas que no sirven nunca para nada? ¿No es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas  de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es importante que yo conozca  una flor única en el mundo, que no existe en ninguna parte, salvo en mi planeta, y que un cordero puede aniquilar una mañana, así, de un solo golpe, sin darse cuenta de lo que hace? Esto, ¿no es acaso importante?
Enrojecido  y agregó:
-Si alguien  ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira las estrellas. Se dice: "Mi flor está allí, en alguna parte..." Y si el cordero come la flor, para él es como, si de pronto, bruscamente, todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?
No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído. Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni la pieza, ni la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra,  había un principito que necesitaba consuelo. Lo tomé entre mis brazos. Lo acuné. Le dije: "La flor que amas no corre  peligro... Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor... Di..." No sabía que decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, dónde encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas...!

Aprendí bien pronto a conocer mejor a esa flor. En el planeta del principito siempre había habido flores  muy simples, adornadas con una sola hilera de pétalos, que apenas ocupaban lugar y que no molestaban a nadie. Aparecían una mañana entre la hierba y se extinguían por la noche. Pero aquella había germinado un día de una semilla traída no se sabe de dónde y el principito había vigilado muy de cerca, a esa brizna que no se parecía a las otras briznas. Podía ser un nuevo tipo de baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a elaborar una flor. 
El principito, que asistió a la formación de un capullo enorme, sentía que iba a surgir una aparición milagrosa, pero, al abrigo de su cámara verde, la flor  no terminaba de prepararse. Elegía con  cuidado sus colores. Se vestía lentamente y ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir llena de arrugas como las amapolas. Quería aparecer con el pleno resplandor de su belleza. ¡Ah!, ¡si! ¿Era  muy coqueta! Su misterioso atavío había durado días y días. Y he aquí que una mañana, exactamente a la hora de la salida del sol, se mostró.
Y la flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo en medio de un bostezo:
-Ah!, acabo de despertarme... Perdóname...Todavía estoy despeinada...
El principito entonces no pudo contener su admiración. 
-¡Qué  hermosa eres!
-¿Verdad? -respondió suavemente la flor- Y he nacido al mismo tiempo que el sol...
El principito notó que era muy poco modesta, ¡pero era tan conmovedora!...
-Creo que es hora del desayuno-dijo la flor- ¿Tendrías la bondad de acordarte de mí?
Y el principito, confuso, tomó una regadera llena de agua fresca y sirvió a la flor.
Así lo atormentó bien pronto con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de las cuatro espinas, dijo al principito:
-¡Ya pueden venir los tigres con sus garras!

-En mi planeta no hay tigres, y además, los tigres no comen hierba-argumentó el principito.
-Yo no soy una hierba-respondió suavemente la flor.
-Perdóname...
-No temo a los tigres, pero siento horror a las corrientes de aire. ¿No tendrías un biombo?
"Horror a las corrientes de aire... No es una suerte para una planta-pensó para sí el principito- Esta flor es bien complicada..."
-Por la noche me meterás en un globo. Aquí hace mucho frío. Hay pocas comodidades. Allá, de donde vengo...
Pero se interrumpió. Había venido bajo la forma de semilla. No había podido conocer nada de otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender en la preparación de una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces como para poner en falta al principito.
-¿Y el biombo...?
-¡Lo iba a buscar, pero como me estabas hablando!...
Entonces la flor  forzó la tos para infligirle, aun así, remordimientos.
De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto dudó de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía muy desgraciado.

"No debí haberla escuchado -me confió un día-; nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y aspirar su aroma. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no podía gozar con ello. La historia de las garras, que tanto me había fastidiado, debe  de haberme enternecido..."
Y me confió aún:
"No supe entonces comprender nada entonces. Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No debí haber huido jamás! Debí haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo demasiado joven para saber amarla."

Creo que, para su evasión, aprovechó una migración de pájaros silvestres. La mañana de la partida puso bien en orden su planeta. Deshollinó cuidadosamente los volcanes en actividad. Poseía dos volcanes en actividad. Era muy cómodo para calentar el desayuno. Poseía también un volcán extinguido. Pero, como decía el principito,  "¡nunca se sabe...!"  Deshollinó igualmente el volcán extinguido. Si se deshollinan regularmente los volcanes, pueden evitarse las erupciones. Evidentemente, en nuestra tierra, somos demasiado pequeños para deshollinar nuestros volcanes. Por eso  nos causan tantos disgustos.
El principito arrancó  también, con un poco de melancolía,  los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver jamás. Pero todos estos trabajos cotidianos le parecieron extremadamente agradables esa mañana. Y cuando regó  por última vez la flor, y se dispuso a ponerla al abrigo de su globo, descubrió que tenía deseos de llorar.
-Adiós-dijo a la flor.
Pero la flor no le contestó.
-Adiós-insistió el principito.
La flor tosió. Pero no  por el resfriado.
-He sido tonta-murmuró al fin- Te pido perdón. Procura ser feliz.
Quedó sorprendido por la ausencia de reproches. Permaneció allí, desconcertado,  con el globo en la mano. No comprendía esa calma mansedumbre.
-Pero si te quiero-le dijo la flor- No has sabido nada, por mi culpa. No tiene importancia. Pero has sido tan tonto como yo. Deja el globo en paz. No lo quiero más.
-Pero el viento...
-No estoy tan resfriada... El fresco aire de la noche me hará bien. Soy una flor.
-Pero los animales...
-Es necesario soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas. ¡Parece que es tan hermoso! Si no, ¿quién habrá de visitarme? Tú estarás lejos. En cuanto a los animales grandes, no les temo. Tengo mis garras. 
Y mostró ingenuamente sus cuatro espinas. Luego dijo:
-No te detengas más, es molesto. Has decidido partir. Vete.
Pues no quería que la viese llorar. Era una flor tan orgullosa...

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