-Buenos días-contestó el mercader.
Era un mercader de píldoras que quitan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.
-¿Para qué vendes eso?-quiso averiguar el principito.
-Para economizar tiempo-dijo el mercader- Investigadores han podido calcular que se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
-¿Qué se hace con los minutos ahorrados?.
-Lo que se quiere...
"Yo, se dijo el principito, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría muy suavemente hacia una fuente..."
Era ya el octavo día en medio del desierto, y había escuchado la historia del mercader, mientras bebía la última gota de agua que quedaba.
-¡Ah!-dije al principito- Tus recuerdos son bien lindos, pero todavía no he podido reparar mi avión, ya no queda nada para beber y también sería feliz si pudiera caminar muy suavemente hacia una fuente.
-Mi amigo el zorro...-me dijo.
-Mi pequeño hombrecito, ¡ya no se trata más del zorro!
-¿Por qué?-preguntó algo indignado el principito.
-Porque vamos a morir de sed...
Sin comprender mi explicación agregó:
-Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro...
"No mide el peligro-me dije- Jamás tiene hambre ni sed... Un poco de sol le basta..."
Me miró y dijo como respondiendo a mis pensamientos:
-También tengo sed... Busquemos un pozo...
Tuve un gesto de cansancio: es absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad del desierto. Sin embargo, emprendimos la marcha.
Caminamos horas en silencio hasta que cayó la noche y las estrellas comenzaron a brillar. Las veía como en sueños, con un poco de fiebre, a causa de mi sed. Las palabras del principito danzaban en mi memoria:
-¿Tú también tienes sed?-pregunté.
No me respondió. Simplemente me dijo:
-El agua también puede ser buena para el corazón...
Me resultaba ciertamente complicado comprender su respuesta, pero como sabía que era mejor no interrogarlo, me callé...
Estaba fatigado. Se sentó y yo cerca de él. Luego de un silencio dijo:
-Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve...
"Seguramente"-dije- Sin hablar, miré las ondulaciones de la arena bajo la luna.
-El desierto es bello-agregó.
Es verdad. Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y sin embargo, algo resplandece en el mágico silencio.
-Lo que embellece aún más al desierto-dijo el principito-, es que escode un pozo en cualquier parte, en el sitio menos esperado...
Comprendí de pronto el misterio del resplandor de la arena. Cuando era jovencito, vivía en una casa muy antigua y contaba la leyenda que allí había un tesoro escondido. Nadie pudo descubrirlo y quizá nadie lo haya buscado. Sin embargo, encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo de su corazón...
-Sí-dije al principito-; se trate de la casa, de las estrellas o bien del desierto mismo, lo que indudablemente los embellece es invisible.
-Así es como piensa mi zorro, me gusta que estés de acuerdo con él-dijo.
Tomé en mis brazos al principito que había quedado dormido, y proseguí la marcha. Estaba emocionado. Me parecía estar cargando un frágil tesoro. Me parecía también que no había nada más frágil sobre la Tierra. A la luz de la luna, miré su frente, sus ojos cerrados, los cabellos dorados movidos por el viento, y me dije: "Lo que veo, aquí, es sólo una corteza. Lo más importante es invisible..."
Como sus labios entreabiertos esbozaran una suave sonrisa, me dije: "Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme..." Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas: un golpe de viento puede apagarlas...
Y así, caminando lentamente, descubrí el pozo al amanecer.
Sin responder a mi pregunta agregó:
-También yo hoy vuelvo a casa...
Algo triste prosiguió:
-Es mucho más lejos, es más difícil...
Lo abracé contra mi pecho como a un niño y parecía escurrirse hacia un oscuro abismo sin poder hacer nada por retenerlo...
-¡Ah! ¿Sabes? Tengo tu cordero, su caja y también su bozal...
Sonrió con melancolía.
-Has tenido miedo, hombrecito.
Sin duda que lo había tenido.
-Esta noche tendré mucho más...
Un frío helado recorrió mi cuerpo por la certeza de lo irreparable. No soportaría la idea de no escuchar nunca más la música de su risa. Era para mí como una fuente en el desierto.
-Hombrecito... quiero escuchar tu risa otra vez...
Me dijo:
-Esta noche se cumplirá un año. Mi estrella estará exactamente sobre el mismo sitio donde caí el año pasado...
-Dime que es una pesadilla la historia de la serpiente, la cita y la estrella...
No respondió y dijo:
-No se ve lo que es importante...
-Seguro que no...
-Es como una flor. Si la flor que amas se encuentra en una estrella, da alegría mirar el cielo por la noche. Es como si todas las estrellas florecieran.
-Seguramente...
-Como el agua, la que me has dado... Era como una música, ¿recuerdas? Era dulce...
-Seguramente.
-Mirarás por la noche las estrellas. No sabrás exactamente cuál es la mía pues mi casa es demasiado pequeña. Pero será mejor así. Para tí mi estrella será alguna de todas ellas; te agradará mirarlas y todas serán tus amigas. Luego te haré un regalo...
Rió nuevamente.
-¡Ah! ¡cómo me gusta oír tu risa!
-Precisamente, será mi regalo... será como el agua...
-No comprendo.
-Las estrellas no significan lo mismo para todas las personas. Para algunos viajeros son guías. Para otros no son más que lucecitas. Para los sabios son problemas. Para mi hombre de negocios eran oro. Ninguna de esas estrellas habla. En cambio tú..., tendrás estrellas como ninguno ha tenido.
-¿Qué intentas decirme?
-Por las noches tú mirarás el cielo. Como yo habitaré y reiré en una de ellas, será para tí como si rieran todas las estrellas. Tú poseerás estrellas que saben reír.
Volvió a reír.
-Cuando hayas encontrado consuelo (siempre se encuentra), te alegrarás por haberme conocido. Siempre seremos amigos. Sentirás el deseo de reír conmigo. Y abrirás, a veces, tu ventana, así... por placer... Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando el cielo. Les dirás: "Sí, las estrellas siempre me hacen reír". Y ellos te creerán loco. Te habré hecho una muy mala jugada...
Volvió a reír:
-Será como si te hubiera dado en lugar de estrellas...un montón de cascabelitos que saben reír...
Rió nuevamente. Después se puso serio.
-Esta noche... sabes?... no vengas.
-No me separaré de ti.
-Parecerá que sufro... Parecerá un poco que me muero. Es asi. No vengas a verlo, no vale la pena...
-No me separaré de ti.
Estaba inquieto.
-Te digo esto también por la serpiente. Ella no debe morderte... las serpientes son malas, muerden muchas veces por placer...
-Hombrecito..., no me separaré de ti.
Algo pareció tranquilizarlo:
-Es cierto que no tienen veneno en la segunda mordedura...
Esa noche no lo vi marcharse. Se evadió sin ruido.
Cuando logré alcanzarlo, caminaba decidido, con paso rápido. Me dijo:-¡Ah! Estás ahí...
Me tomó de la mano pero siguió atormentándose:
-Has hecho mal. Sufrirás. Parecerá que he muerto y no será verdad...
Yo callaba.
-Comprende que es demasiado lejos. No puedo llevar mi pesado cuerpo allí.
Yo seguía sin hablar.
-Pero será como una vieja corteza abandonada. No son tristes las viejas cortezas, ¿verdad?
-Yo callaba.
Hacía esfuerzos para no descorazonarse:
-¿Sabes?, será agradable. Yo también miraré las estrellas. Todas las estrellas serán pozos con una roldana enmohecida. Todas las estrellas me darán de beber...
-Yo continuaba en silencio.
-¡Será tan divertido! Tendrás quinientos millones de cascabeles y tendré quinientos millones de fuentes...
Pero también calló, porque lloraba...
Mira, es allá. Déjame avanzar un paso, solo.
Se sentó porque tenía miedo.
Dijo:
-¿Sabes?... mi flor.. soy responsable. ¡Ella es tan débil! Y ¡tan ingenua! Tiene cuatro espinas insignificantes para protegerse contra el mundo...
Me senté porque ya no me era posible mantenerme de pie.
El principito dijo:
-Bien... es todo...
Vaciló un instante, al cabo del cual se levantó. Dio un paso. Yo no podía moverme.
No hubo nada más que un relámpago amarillo cerca de su tobillo. Quedó inmóvil un instante. No gritó. Cayó suavemente como cae un árbol. En la arena, ni siquiera hizo ruido.
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