QUERIDO AMIGO

Querido amigo:

cuando recibas esta carta estaré sentado en mi pequeño planeta. Mi hermosa rosa se estirará desde su parterre y esbozará una sonrisa tan solo como ella es capaz de hacerlo, ¡qué hermosa es!

Sigo deshollinando mis volcanes, no sea que algún día entren en erupción y sigo manteniendo a raya a mis baobabs. La vida en el Asteroide B612 sigue siendo apacible y tranquila.

Hace mucho tiempo que dejé tu hermoso planeta y echo de menos sus puestas de sol, sus amaneceres, el sabor de la comida recién cocinada y la frescura del agua cuando tengo sed. Y sobre todo echo de menos a aquel zorro que supo domesticarme y a vosotros, los humanos, que sois capaces de realizar tan hermosas y a la vez tan oscuras cosas.

Mi carta es para invitaros a un viaje especial. Me gustaría que fuerais capaces de conocerme y a la vez de conoceros. Es por eso que os invito a adentraros en mi mundo. Un mundo pequeño, hecho a mi medida. Os invito a leer y os invito a comunicaros conmigo. Recibiréis mis cartas a medida que leáis el libro, a las que espero contestación.

Disfrutad de la lectura, como yo disfruto de mis numerosas puestas de sol.

Un saludo.

El Principito.

domingo

¿EN TU PLANETA HAY FAROLES?

El quinto planeta era algo extraño y el más pequeño de todos. Apenas había espacio para albergar a un farol y a un farolero. Era incomprensible para el principito, qué utilidad tendrían en algún lugar del cielo, en un planeta casi deshabitado, un farol y un farolero.
Dijo para sí: Tal vez este hombre es absurdo. Pero seguramente lo es menos que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el borracho. Por lo menos su trabajo tiene sentido. Al encender su farol, es como si hiciera nacer a una estrella más, o a una flor. Cuando apaga el farol, hace dormir a la flor o a la estrella. Su trabajo es bonito, y por ello útil.
Al llegar al planeta, saludó con respeto al farolero:
-Buenos días. ¿Por qué apagas el farol?
-Es la consigna-contestó el farolero- Buenos días.
-¿Qué es la consigna?
-Apagar el farol. Buenas noches.
Y volvió a encenderlo.
-Pero, ¿y ahora por qué acabas de encenderlo nuevamente?
-Es la consigna-respondió el farolero.
-No te comprendo-le dijo el principito.
-No es necesario comprender nada. La consigna es la consigna. Buenos días.-dijo el farolero, apagó el farol y secó su frente con un pañuelo a cuadros rojos.
-Mi oficio es terrible. Al principio era más razonable. Apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la noche. El resto del día lo utilizaba para descansar y el resto de la noche para dormir...
-¿Después la consigna cambió?-interrogó el principito.
-La consigna no ha cambiado-respondió el farolero- ¡Ese es el problema! 
Año tras año el planeta gira más velozmente y la consigna no ha cambiado.
-¿Entonces?-dijo el principito.
-Al producirse ahora una vuelta por minuto, no tengo ni un segundo para descansar. Enciendo y apago el farol una vez por minuto.
-¡Qué raro! ¡En este planeta los días duran tan sólo  un minuto!
-Nada tiene de raro. Hace ya un mes que estamos juntos-dijo el farolero.
-¿Un mes?
-Exacto. Treinta minutos. ¡Treinta días! Buenas noches.
Volvió a encender el farol.
El principito lo observaba atentamente y le agradaba que el farolero fuera tan fiel a la consigna. Le hizo recordar las puestas de sol que en otros tiempos había perseguido con sólo mover su silla unos pasos. Sintió el deseo de ayudar a su amigo.
-¿Sabes?..., conozco la manera en que puedas descansar cuando así lo necesites...
-Siempre quiero descansar-dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso. El principito prosiguió:
-Tu planeta es tan pequeño que puedes recorrerlo en un abrir y cerrar de ojos. Con sólo caminar lentamente, quedarás siempre al sol. Cuando quieras descansar, deberás caminar y de esta forma el día, durará el tiempo que tú quieras.
-No es gran cosa lo que adelanto con eso. Lo que más me gusta en la vida, es dormir-confesó el farolero.
-Es no tener suerte-dijo el principito.
-Es no tener suerte-dijo el farolero. Buenos días.
Y apagó el farol.
Mientras proseguía su viaje se dijo el principito: "éste, sería despreciado por todos los otros, por el rey, el vanidoso, el borracho, el hombre de negocios. Por el contrario a mí, es el único que no me parece ridículo. Tal vez sea por ocuparse de una cosa ajena a si mismo".
Suspiró con nostalgia y prosiguió:
"Este es el único del que podría haberme hecho amigo. Pero su planeta es realmente tan pequeño que no hay lugar para los dos...".
El principito no osaba confesarse que añoraba a ese bendito planeta, sobre todo por las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol, ¡cada veinticuatro horas!.





El sexto planeta contaba con grandes dimensiones. Vivía allí un Anciano que se dedicaba a escribir enormes libros.
-¡He aquí un explorador!-exclamó al ver al principito.
El principito sentado sobre la mesa, resopló de cansancio. ¡Había viajado mucho!
-¿De dónde vienes?-preguntó el Anciano.
-¿Qué es este libro tan gordo?-interrogó el principito- ¿Qué es lo que haces aquí?
-Soy geógrafo-dijo el Anciano.
-¿Qué es ser un geógrafo?
-Es un sabio conocedor de los mares, ríos, ciudades, montañas y desiertos.
-Eso es interesante-dijo el principito- ¡Al fin un  verdadero oficio! Miró a su alrededor; no había visto todavía un planeta tan majestuoso.
-Es realmente hermoso vuestro planeta. ¿Tiene océanos?
-No puedo saberlo-contestó el geógrafo.
-¡Ah!-exclamó el principito decepcionado- ¿Tiene montañas?
-Tampoco puedo saberlo-dijo el geógrafo.
-¿Ciudades, ríos y desiertos?
-¿Y cómo podría saberlo?
-¿Pero acaso no eres geógrafo?-preguntó disconforme el principito.
-Dije que era geógrafo, no explorador. No poseo exploradores y no soy yo quien deba realizar el cómputo de las ciudades, los ríos, montañas, mares, océanos y desiertos. El geógrafo es lo suficientemente importante como para caminar por ahí. Nunca debe abandonar su despacho. Debe interrogar a sus exploradores y tomar nota de sus observaciones. Y si alguna de ellas le parece  interesante, debe preguntarse sobre la moralidad del explorador.
-¿Por qué?
-Porque si un explorador mintiera podría causar todo tipo de catástrofes en los libros de geografía. Lo mismo un explorador que bebiera demasiado.
-¿Por qué?-preguntó nuevamente el principito.
-Pues los ebrios ven doble, de modo que vería dos montañas en el lugar donde sólo hay una.
-¡Ah, sí! Conozco a alguien-dijo el principito- que no sería un buen explorador.
-Es posible. De manera que, cuando la moral del explorador es intachable, se realiza una encuesta en relación a su descubrimiento.
-¿Se va a ver?-preguntó el principito.
-No. Eso sería demasiado complicado. Sólo se exige al explorador que presente pruebas. Si por ejemplo el descubrimiento es de una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.
El geógrafo se mostró repentinamente emocionado:
-Pero tú, ¡tu vienes de lejos! ¡Eres un explorador! ¡Podrías describirme tu planeta!
Sin perder tiempo, el geógrafo abrió su gigantesco registro y afinó la punta de su lápiz. Los relatos se toman en lápiz al principio. Se transcriben en tinta en el momento en el que el explorador suministra las pruebas correspondientes.
-¿Decías?-interrogó el geógrafo.
-¡Oh!, verás...-dijo el principito-, mi planeta es poco interesante; es demasiado pequeño. Tengo tres volcanes de los cuales uno se extinguió. Pero nunca se sabe...
-Nunca se sabe-repitió el geógrafo.
-Tengo también una flor.
-Las flores no son tenidas en cuenta, no las anotamos-dijo el geógrafo.
-¿Por qué? ¡Si son lo más lindo!-exclamó el principito entre irritado y asombrado.
-La razón es que toda flor es efímera.
-¿Qué quiere decir "efímera"?
-Las geografías-dijo el geógrafo son los libros más valiosos de todos los libros. Jamás pasan de moda. Es raro, por no decir imposible que una montaña cambie de lugar. También sería cosa extraña que un océano perdiera su agua. Lo que escribimos son aquéllas cosas eternas.
-Sin embargo, los volcanes extinguidos pueden despertar-interrumpió el principito- Qué significa "efímera".
-Para nuestros registros, que un volcán esté extinguido o en actividad, es lo mismo. Lo que cuenta es la montaña misma y eso no cambia.
-¿Qué significa "efímera"?-interroga nuevamente el principito, que como sabemos, en su vida había renunciado jamás a una pregunta una vez formulada.
-Significa que se encuentra en permanente amenaza de desaparición. Que algún día deja de existir.
-¿Acaso mi flor está amenazada por una próxima desaparición?-preguntó entristecido el principito.
-Seguramente.
¡Mi flor es efímera-pensó el principito-, y sólo tiene cuatro espinas que intentan defenderla contra el mundo entero! ¡Y la he dejado completamente sola en mi casa!
A pesar de la nostalgia, tomó coraje y preguntó:
-¿Qué me aconsejáis que vaya a visitar?
-El planeta Tierra. Su reputación es buena...
Partió así el principito... pensando en su flor.


La Tierra ha sido el séptimo planeta visitado por el principito.
La Tierra no es, por cierto, un planeta cualquiera. La cantidad de reyes que allí se cuentan es de ciento once (incluyendo a los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, trescientos once millones de vanidosos, siete millones y medio de ebrios, es decir, aproximadamente dos mil millones de personas mayores.
Para tener una idea de la grandeza de la Tierra, os contaré que cuando la electricidad aún no existía, se hacía imprescindible la labor de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros, que proveyeran de luz a seis continentes.
El desplazamiento y movimiento de este gran ejército de faroleros, se veía a la distancia como los de un ballet de ópera. Quienes cubrían el primer turno eran los faroleros de Nueva Zelanda y Australia. Encendían los faroles y se iban a dormir. Le seguían los faroleros de China y Siberia. Era el turno luego de Rusia y de las Indias. Le sucedían los de África y Europa. Tras ellos los de América del Sur, más tarde América del Norte. Jamás equivocaban este orden. Era verdaderamente una escena espléndida.
Quienes llevaban una vida poco divertida, eran el farolero del único farol del Polo Norte y su colega del único farol del Polo Sur, ya que la frecuencia con que encendían sus faroles, era tan sólo de dos veces al año.


Sugiero que no he sido preciso al hablar de los faroleros. Puedo correr el riesgo de ofrecer a quienes no lo conocen, una idea equivocada acerca de nuestro planeta. En verdad, de todo el espacio habitable de la Tierra, los hombres ocupan poco espacio. Imaginaos que si los dos mil millones de hombres que habitan la Tierra, permanecieran de pie y algo apretados, entrarían tranquilamente en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte de ancho. La humanidad entera podría alojarse en la islita más pequeña del Pacífico.
Seguro que las personas mayores no harían caso de ello. Se sienten tan importantes que se ven ocupando mucho lugar como los baobabs. Les podríais aconsejar hacer el cálculo, ya que tanto gustan de las cifras, pero me temo que sería una gran pérdida de tiempo. Confiad en mí.

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